Sunday, November 27, 2005

Tengo la estúpida manía de sentirme siempre al borde de todo.
No me importa parecer un poco decadente ni me preocupa la idea de tirar al agua mis debilidades.
Me gusta jugar con fuego cuando hacerlo está prohibido, y me gusta inclinarme hacia delante cuando la caída es segura.
Carezco de coherencia cuando la embriaguez me juega malas pasadas y resulto embaucadora todas las veces que me lo propongo.
A veces me agarro el pecho para respirar.

Juego con la disciplina del que engaña y cuento las historias sin capítulos.
Me desmayo mientras duermo o me despierto cuando empiezan los sueños, siguen sin dejarme imaginar los problemas del corazón.
Califico a las personas sin conocerlas y me apiado de las personas sin problemas.
Los nervios me producen heridas.

Y cuando estoy al borde respiro muy hondo y me dejo caer. Y caigo, y me duele tanto que no lo noto.
Y vuelvo a subir, casi sin respirar, casi sin caminar.
Creo que puedo volar.
Y vuelvo a tirarme al vacío.
A veces creo que alguien ha enviado colchones enormes para que yo al caer no me rompa.

Estoy al borde, pero no siento miedo.

Friday, November 11, 2005


Bailé con él el último baile de la noche. Era ridículo vernos allí plantados, como dos enamorados que ya no se querían.
Ni siquiera éramos felices.

Hacía años que quería volver a aquel lugar, siempre me gustó salir a la pista cuando la sala empezaba a vaciarse y ya nadie se fijaba en ti.
Siempre fui bastante pésima moviéndome, pero era divertido, era bonito.
Y ahí estaba yo, con mi vestido viejo, agarrada a él casi sin tocarnos. El contacto era mínimo, diría que se rozaban manos y rodillas.
El seguía cantándome al oído, como cuando teníamos quince años. Y yo seguía sonriendo cuando lo hacía.

Y entonces me di cuenta de que estaba en el lugar perfecto acompañada de gente perfecta con la que no quería estar.
Sí, era un bonito lugar pero esos ojos no lo decoraban bien.
Le agarré más fuerte y aprendí a bailar. Aprendí a bailar en una última canción con un hombre que no iba a ser el de mi vida.

A veces parpadeo y él desaparece.
Pude ser más feliz, lo sé.

Tuesday, November 01, 2005

Cuando era niña siempre llevaba encima un lápiz sin punta. Cuando se me ocurrían preguntas lo afilaba muy rápido y las escribía en alguna pared o en alguna columna que estuviera por allí cerca.

Luego le rompía la punta porque pensaba que así jamás pensarían que era yo la que les ensuciaba la ciudad.

Creía que las mismas personas que se escribían en las mesas escolares me contestarían a mí también. Pero no, los niños ya no miran las paredes.
Un día me cansé de hacerlo. Me parecía inútil la idea de escribir en sitios que nadie jamás miraría.
Ese día dejé de romper puntas.

Ahora, pocos años después, cuando me entran ganas de hacer preguntas, meto mi mano en el bolsillo y aprieto mi dedo contra el aguijón.