Saturday, October 08, 2005

Me metí en el metro y fingí tener equilibrio. La mujer de enfrente leía un libro de cocina, algo sobre como encontrar el sabor exacto y sonreía aproximadamente cada dos paradas.
Al lado, un joven se apoyaba con facilidad sobre la barra, dejando caer su cabeza en sentido vertical e intentando disimular el sueño. Se le cerraban los ojos.
A mis espaldas un hombre de unos 40 años cargaba con tres maletas de piel roja y me pedía perdón cada vez que el vagón frenaba en seco y sus manos me golpeaban sin querer.
Casi caigo.

A lo lejos un grupo de niños comentaba lo divertido que resultaría montar una fiesta en casa de Julio, un chico con problemas familiares. De vez en cuando me miraban.

En ese momento me pareció curiosa la idea de que al bajar seguramente no los volvería a ver, quizá me los cruzaría por casualidad algún martes por la mañana o me los encontraría haciendo cola en algún cine.
Personas que no forman parte de tu vida, pero que han pasado por ella tres segundos, dos minutos, media hora.

En la siguiente parada, bajamos todos.