Monday, October 30, 2006

Acuerdo de indefinido

La noche que decidí dejarte atrás se apagaron las luces de la calle de San Juan, todas ellas ardían demasiado. Recuerdo no cruzarme con nadie mientras me marchaba de allí, aunque juraría que alguien me miró desde una de las ventanas del quinto piso del hotel donde pasamos aquella noche que no era un día especial.
Recuerdo aquellos doce minutos, los mismos seis que antes tardaba en ir a tu mejilla, como los más largos de mi vida.
Nadie se sentaba ya en el balcón, era demasiado Enero.

Ya no congeniaban las callejuelas ni rimaban entre ellos los paseos que cruzaban corriendo por mi lado. Hice conocedor de mi delirio a los dos dobles tiempos que jugaron conmigo durante la carrera.
En el rincón de la estatua, justo entre su mano y el pie, ya se sentaba alguien y la calle por donde cogíamos los atajos estaba cortada.

Ahora es algo que no sabría explicarte nunca, como decirte que lo que creías inolvidable ya se aparece borroso.
Jugando al contrabando secreto no se puede ganar siempre.
Y es que en los temas que no son de amor, no vale todo.

Después de destrozar el acuerdo de indefinido y de dejarte un par de cosas mías por ahí tiradas para hacerlo más doloroso, me puse a pensar en todo lo malo que tiene lo bueno de ti.

Tres horas después chapoteé un poco; y antes de caerme al suelo golpeé una de esas rejas antiguas de farmacia para hacer la despedida algo más conmovedora, ya sabes, como en las películas.
Me imaginé si alguien lloraría al verlo.