Saturday, August 27, 2005

Siento no haberte hecho nunca un buen regalo.

En realidad eso podría decírselo a la mayoría de personas que me importan. No es una simple frase pidiendo perdón por ser poco atenta o insuficientemente detallista, creo que es más una forma corta de decir algo sincero.
Y no me refiero tampoco a un regalo en especial.
A algo físico, sólido y enorme.
No me refiero a eso.

Me hubiera gustado cantarte algo de Harry Connick todos los días lluviosos de invierno, cuando decidías quedarte en casa y apostar los minutos que duraría la luz encendida antes del apagón. Siempre ganabas.

Eso podría decírselo a todos los que han vivido conmigo, podría decírselo al amigo que se pasa horas enteras al otro lado del teléfono oyéndome reír. Llorar.
Empiezo a enternecer, esa ya no soy yo.

Me he olvidado de los secretos que no debía contar.

De eso estarán contentos los cuentistas, que fingen tener algo que contar pero saben lo poco que me sorprenden. Cuentos de noches, camas de madera y aguas destempladas.
No lo cuentes.
Lo olvidé.

Dos bailes y una copa.

A catorce personas, que se acuerdan y me lo gritan.

Te debo mil letras.

A los que leen y creen que hablo con sentido, que hablo de mi y mis historias. Algunos saben que practico con desgracias y miento y digo que son mías. Algunos cuentan que la palmé cuando nacieron los gemelos de la vecina de abajo, que son iguales pero no se parecen. Y hablan y se ríen a la vez. Y a veces se pegan.

Cuénteme un secreto, lo olvidaré.